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lunes, 2 de mayo de 2011

Visitar la obra de Diego Gabotto.

Su arte, visibiliza imágenes de mujeres y hombres que nos provocan con sus presencias.
Se despliegan y nos miran solicitando nuestra atención

http://www.artelista.com/obra/6676868881132380-despertar.html

Laura Forchetti nos sorprende nuevamente...

La mano piensa –dijo Martha que dijo Heidegger.
Yo no sé bien qué quiso decir Heidegger -sé un poco más lo que quiso decir Martha- pero me gustó la idea de mi mano con su sabiduría, la densidad material de su pensamiento, no la transparencia de las ideas.
Y puesta a pensar (contemplativa en este caso) sobre esta cita –enero de 2009- brevísima de Martha, hubo dos ideas (transparentes) que se cruzaron en mí, dos miradas o estados sobre esta libertad de pensamiento de mi mano, dos entradas –distantes- en mi cuaderno:
22 de enero de 2010:
Mi mano piensa, me gusta pensarla así, todo lo que hace a su antojo, sin necesitarme, sin que yo tenga que pensar en ella. Todo lo que sabe hacer y ejecuta libre de mí, sin atarme a su pasión por el movimiento, el ajetreo. Puedo dejarla sola mientras abre la heladera y usa la cuchilla, mientras estira una sábana sobre la cama o junta la ropa del tendal, mientras enhebra y teje, ordena libros, riega las plantas o recorre una piel que amo, una boca.
Libre de mí, mi mano va por las cosas a su antojo, mientras yo sueño o floto de cara al cielo.

27 de marzo de 2011:
Mi mano que piensa, que tantas cosas sabe por sí misma, se adelanta –segura y eficiente- a mi deseo, a mi voluntad.
Puedo estar distraída, irme un instante de mí, perderme -en qué pensamientos- y de pronto, vuelvo y la descubro en plena acción, veo que mi mano sigue en mi lugar, hace de mí, me reemplaza.
Algunas veces me cuesta entender qué se quedó haciendo mientras yo me perdí –ese instante- y entonces me inquieta saber qué quiere, qué busca. La detengo en pleno vuelo, la interrumpo -¿me da miedo que actúe por sí misma?- me quedo dos, tres segundos suspendida en el aire, hasta que vuelvo a mi cuerpo, otra vez presente –espacio y tiempo- puedo leer sus movimientos, entender su programa de acción. Me ato otra vez a su sistema –huesos, nervios, sangre- y voy tras ella. Poco se equivoca. La dejo hacer, ejercer su voluntad, completar su trabajo. La mano piensa –me digo otra vez.
Es domingo y sé estas cosas mientras cocino berenjenas, arroz yamaní y choclos dulces como rodajas de melón.
Marzo de 2011