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domingo, 13 de junio de 2010

Mujeres contadas por hombres



La historia que sigue constituye una versión libre, hecha por mí a partir de una breve mención sobre el tema, de uno de los relatos que aparece en el Novellino de Masuccio dei Guardati de Salerno. Novelista italiano del siglo XV. Su obra refleja la mentalidad generalizada en Italia antes del Concilio de Trento. Una mentalidad que se goza en la sinceridad, en el contacto con la naturaleza y que evita el velo de la simulación. De espíritu anticlerical – se ubica en las huellas de Boccaccio-, su único objetivo es divertir a las damas y caballeros de la corte aragonesa.
Para Masuccio como para los demas novelistas de su época: Boccaccio, F.Sacchetti, hay una preocupación moralista que se manifiesta en lamentaciones por la pérdida de las estabilidades anteriores. La ambición e insensatez lleva a que los habitantes de las ciudades abandonen sus quehaceres económicos tradicionales como albañilería y tejeduría tienden a convertirse en médicos, notarios, legistas, armígeros y casi caballeros.
Un tema que se destaca en estos novelistas es el de las mujeres. Pero no debemos creer que la imagen que nos dan estos autores sea privativa de los respectivos autores. Más bien, ellos están indicando una situación social en cuyo contexto, la mujer queda muy mal parada. Esta situación está sustentada en testimonios cosechados en siglos anteriores que le otorgan un papel negativo cuyas raíces se remontan al drama del paraíso perdido.
En ninguna época fue la mujer más ferozmente insultada, burlada y despreciada que en la Edad Media. A pesar de que- como hace notar D. Comparetti - son famosas las imágenes purísimas presentadas por la hagiografía y la leyenda cristiana; como así también los grandes sentimientos que el sexo femenino despierta en las novelas, torneos y las cortes de amor. La envidia, su máxima pasión, ocupa el centro de su corazón. En ellas no hay razón alguna y siempre eligen el peor camino guiadas por su superficial cerebro.
Cuenta Masuccio en El Novellino que, Guillermo de Burgundia, un caballero había ofendido con sus dichos a todas las mujeres de Provenza. Éstas decidieron aprisionarlo y se ponen de acuerdo para darle muerte. Pero él, apelando a un inteligente subterfugio, que por otra parte, sirve como testimonio de la necedad, la vanidad y la tozudez de las mujeres, le salva la vida. Les habla reconociendo que ellas tienen razón y está dispuesto a acatar su suerte, aunque apelando a sus buenos sentimientos, sólo les pide una gracia. Ellas, intridasísimas le preguntan cual es la gracia que él solicita:
¡Sólo les ruego que, quien me golpee primero sea la más tonta de entre vosotras., dijo.

Ante esta circunstancia, las mujeres quedan muy sorprendidas y luego de mirarse una tras otra, ninguna de ellas se atreve a comenzar de modo tal que el imputado se libra de la muerte.
Sin embargo es a partir de este momento que las mujeres no abandonarán el centro de la vida social, ya sea como administradoras, en regencias forzosas de maridos ausentes, como poetas o cortesanas, como inspiradoras de reformas espirituales o como centro de cenáculos cultos y preocupados por reformas de valores y creencias.
Las antiguas, recatadas y virtuosas hilanderas de la rueca y el huso, han irrumpido en la vía pública. La mueve el afán de novedades, su comprensible deseo de estar a la moda que sólo se explica en una sociedad en que el ir y venir de las clases y del éxito y de la fortuna evidencia una inestabilidad creadora, liberadora del cuadro quieto y conservador de los tiempos anteriores.